Una torre fue mi cuna

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Garcilaso y el Jebalo

Pódcast sobre nuestra villa

Entrevistas:

Jesús de Paz Calderón (haz clic en cada elemento numerado para acceder al pódcast correspondiente):

  1. La Bodeguilla
  2. El Molino Riscal

Alcaudete en tiempos del rey Fernando VI. Relato literario de Paula Alfonso (haz clic en cada elemento numerado para acceder al pódcast correspondiente):

  1. Introducción
  2. La llegada de los oficiales regios
  3. El retorno de los oficiales regios en diciembre

El cantero huérfano

El cantero huérfano

¿Maibalera por “María Balera”?

Los topónimos urbanos son, a la par que reflejo de una cultura de ámbito comarcal, provincial, e incluso nacional, una de las imprimaciones más propias del devenir de una comunidad local a lo largo de los siglos. Esto ha supuesto que sea muy común encontrarse denominaciones de calles que responden, no solo a la utilidad que les caracterizó antaño (Fragua), sino también a nombres que se establecieron de un modo tan particular que, pasado el tiempo, hacen difícil rastrear su origen.

El caso de la calle Maibalera es uno de esos pequeños enigmas que guardan encriptado su testimonio sobre parte de la historia del callejero de Alcaudete, y que se resiste a abrirnos el lacre que oculta el porqué de este nombre.

Pues bien, en esta entrada se va tratar de quitar los estratos que cubren esta cuestión, con el fin de que, por confirmación o por descarte de la hipótesis lanzada, se consiga saber que ocasionó esta referenciación nominal.

Un punto de partida interesante sería indagar en las respuestas generales y particulares de El Catastro de Ensenada para saber a ciencia cierta si este topónimo estaba ya implantado a mediados del siglo XVIII. Paula Alfonso no la menciona entre las denominaciones que registra en su estudio sobre la labor de los agentes regios en Alcaudete, quienes sí que anotaron nombres como calle Real de la Estación, calle de las Eras de Arriba, calle que va a los Molinos o plaza y calle del Mesón, por citar algunos ejemplos[1].

Entrados ya en la centuria siguiente, concretamente en 1819, dos vecinos de la localidad deciden visitar a don Matías Bonilla y Contreras, escribano público de la localidad, para registrar por escrito el acuerdo al que habían llegado. En el texto redactado por el notario municipal se decía:

 “…Benta real de una casa arruinada sita alas eras de María Balera de esta poblacion en fabor de Zacarías Arroyo.

En el lugar de Alcaudete  a diez y nuebe de diciembre de mil ochocientos y nuebe; ante mí el ynfraescripto Excmo. de [Su Magestad (que Dios guarde) principal] y único en este lugar y de los [lugares] que se dirán pareció Nicolás del Pino de esta vecindad y dijo: Que porsí y anombre de  sus hijos y subcesores, y de quien de él  i de ellos hubiere título, voz y causa en  qualquiera manera bende y dá en benta real y enajenacion perpetua por juro de heredad desde  hoy dia de la [fecha] en adelante para siempre jamas á Zacarías Arroyo de esta vecindad y a los suyos a saber: una casa a las heras de Maria Balera, que linda por solano con la calle por donde tiene su entrada, por Abrego y Gallego con casas de Eusebio García del Rosal y Lorenzo Jorge, por Zierzo, con otro solar de casa de Manuela Ollero…”[2]

Años más tarde, don Rufino Flores, en el manuscrito que realizaba siendo seminarista (allá por los años veinte del siglo pasado) describía este tramo urbano como travesía (junto Quiroga, Gonzalo, Gato o Ventura Angulo) anotando la denominación como May-Valera[3].

En 1935 los registros oficiales de carácter catastral registraban también como travesía este tramo urbano, con el nombre de Maivalera. Es interesante mencionar los datos adicionales que aporta esta fuente, tales como que la mayoría de las casas estaban construidas del siguiente modo[4]:

  • Muros de tapial y mampostería, revestidos de yeso que se revocaba con cal.
  • Estructura de madera (de carpintería ordinaria).
  • Suelos de loseta, excepto en el número 7, donde era de cemento
  • Cubiertas de teja
  • Solo se registraba una escalera de madera en el número 2.

Años más tarde, por fuentes orales, se sabe que el profesor Jiménez de Gregorio, cuando tuvo conocimiento de esta calle, apuntaba la posibilidad de que su denominación fuese fruto de la contracción de dos nombres.

Lanzada la hipótesis y hecha esta modesta aportación documental, queda abierto el campo para la aclaración de este topónimo, contribuyendo al enriquecimiento del conocimiento del pasado de Alcaudete, por medio del enlace del patrimonio intangible con el físico que supone esta vía dentro del caserío de esta jareña villa.

Cabecera de protocolo

 

[1] ALFONSO SANTORIO, Paula: “Alcaudete de la Jara en el Catastro de Ensenada. Año de 1752”, en Centenario de Alcaudete de la Jara. 100 años de villazgo (1911-2011), Excmo Ayto. de Alcaudete de la Jara, 2011, pág. 100.

[2] Archivo Histórico Provincial de Toledo, Protocolos Notariales, Protocolos de Alcaudete de la Jara, año 1819.

[3] Manuscrito de Rufino Flores Hita.

[4] Archivo Histórico Provincial de Toledo, Registros Catastrales de 1935, sig. 13984.

Algo más que un techo

La Catedral de La Jara tiene, simplificando mucho, dos estilos arquitectónicos, que, a su vez son testimonio de las técnicas de construcción que imperaban entre los coetáneos que se encargaron de su diseño y edificación. El más veterano es el gótico, sistema que llevaba siglos establecido en los territorios peninsulares de la Monarquía Católica y que llegaba a su canto de cisne en la centuria en que se construía el templo alcaudetano (siglo XVI).

No es posible definir globalmente la arquitectura gótica en base a los elementos que la configuran. No obstante, es evidente que algunos de ellos resultan arquetípicos en el contexto de modelos como puede ser las construcciones templarias.

Viollet-le-Duc planteó en el siglo XIX la teoría de los tres elementos que podían definirse como básicos en la arquitectura gótica: el arco apuntado, la bóveda de crucería y el arbotante. Este último es reemplazado en la iglesia de Alcaudete por contrafuertes macizos (quizá la herencia románica,  o simplemente la búsqueda de una sencillez que abaratara costes, pueden estar entre los motivos del empleo de estos elementos utilizados para contrarrestar fuerzas ejercidas por las bóvedas).

El arco ojival o apuntado ya había sido empleado en la arquitectura europea occidental románica de Borgoña, en Provenza, en Aquitania y en Poitou, por lo que fue incorporado a la arquitectura cisterciense. Frente al arco de medio punto, el apuntado reducía los empujes laterales, permitiendo una considerable verticalidad al nuevo estilo.

Aunque será la bóveda de crucería el componente que ha dado lugar a un mayor número de interpretaciones desde el punto de vista funcional y plástico. Se podría definir como una especie de bóveda de arista (que a su vez la configuran dos bóvedas de cañón) que se refuerza por los nervios diagonales cruzados en la clave. Se halla enmarcada longitudinalmente por arcos formeros y transversalmente por arcos perpiaños. Las ventajas de la bóveda de arista llevaron a los arquitectos medievales a experimentaciones que dieron lugar a la bóveda de crucería o de nervios, fundamento del sistema constructivo gótico. Consiste en la construcción de cuatro arcos haciendo un cuadrado y otros dos que se cruzan en diagonal. Las tradicionales bóvedas de arista transforman sus encuentros en nervios estructurales sobre los que se apoyan los paños de este tipo de techumbre, simple cerramiento ahora sin función estructural, lo que permite que los pesados arcos fajones anteriores se transformen en ligeros nervios principales.

Este diseño del edificio gótico, estructura esquemática de líneas verticales de esfuerzos en pilares y de líneas horizontales de transmisión exteriores a la construcción principal, arbotantes o contrafuertes, liberan a los muros tradicionales de su función de carga, convirtiéndose en simples cerramientos del espacio, lo que propició en muchos casos su sustitución por paños acristalados. Este genial equilibrio estructural se consiguió por el método de la prueba y el error, sin reglas teóricas muy elaboradas sobre su composición de fuerzas, e incluso sin un control claro del concepto de fuerza y de su línea de definición.

A partir de este esquema inicial se desarrollan la bóveda sexpartita, si se añade un tercer nervio transversal; de terceletes, cuando varios nervios parten de un mismo punto; o estrellada cuando los nervios secundarios se multiplican, dando lugar a claves secundarias.

En este punto es donde enlaza el templo jareño con una de las grandes corrientes arquitectónicas del Medievo peninsular. Según se avanza hacia el presbiterio, el arco triunfal (esto es, el que da paso de desde la nave al presbiterio) el visitante se encuentra con una bóveda de estrella que guarda mucha similitud con las que diseñaron arquitectos como Rodrigo Gil de Hontañón.

Comparativa

Hecha esta introducción se aporta una imagen con la descripción de cada uno de los elementos que componen la bóveda estrellada de la estructura templaria alcaudetana.

 

Diapositiva1

Descripción de la bóveda que cubre el presbiterio del templo parroquial de Alcaudete de la Jara. Fotografía cedida por cortesía de Jaime Farelo

Como se puede comprobar, cada parte de la tectónica constructiva de un edificio tan cargado de siglos y arte es digna de valorar por la tradición que encierra en sí misma, fruto de cientos de años de trabajo manual e intelectual que los convierte en un tesoro patrimonial directamente proporcional a su longevidad, maestría, así como a las dimensiones resultantes.

 

 

Bibliografía

  • ALEGRE CARVAJAL, Esther, Técnicas y medios artísticos, UNED, Madrid, 2011.
  • BORRÁS GUALIS, G.M. “La arquitectura gótica”, en Ramírez (dir.) Historia del Arte. La Edad Media, Alianza, Madrid, 2002.
  • FATÁS, Guillermo y BORRÁS, M. Diccionario de términos de arte y elementos de arqueología, heráldica y numismática, Alianza, Madrid, 1998.

 

 

 

 

 

 

La importancia de llamarse villa

El seis de abril de 1911, desde palacio, Alfonso XIII disponía que se otorgara el título de villa a Alcaudete de la Jara, y a su Ayuntamiento el tratamiento de excelencia. Así se publicaba en la Gaceta de Madrid dos días después, cuando era ministro de Gobernación don Trinitario Ruiz y Valarino[1]. Esta atribución tenía un carácter más honorífico que funcional dentro de la Administración, además reflejaba la capacidad de influencia de las élites políticas vinculadas a Alcaudete en el ámbito palaciego y parlamentario.

Pero, si en el régimen liberal (aquel orden político que se impuso tras la muerte de Fernando VII en 1833) la declaración de villazgo venía a ser una muestra de prestigio, anteriormente, en lo que se conoce como Antiguo Régimen[2], tenía unas connotaciones mucho más relevantes de cara al papel que podía desempeñar una localidad dentro de la jerarquía administrativa de la monarquía hispánica.

El significado de la palabra villa tiene sus raíces en época romana como zona de explotación agrícola. Con este carácter de distrito rural permaneció durante el periodo visigótico y en la Reconquista en reinos como Castilla, León o en el principado de Cataluña. Con el tiempo irá variando dando lugar a diferentes estructuras. En algunas ocasiones es la base de grandes concentraciones poblacionales, mientras que en otras lo es de pequeños focos rurales. En el plano jurídico, la villa se caracterizaba por estar dotada de un corpus propio. Es lo que en muchas ocasiones se conoce como cartas pueblas o “cartas de población” que los reyes entregaban. En estos textos legales se registraban una serie de privilegios que se intentaron mantener a lo largo del Medievo. En siglos previos al XIX (sobre todo desde el XV al XVIII) se atribuía la denominación de villa a aquellas poblaciones que poseían ciertas dimensiones en extensión y habitantes. Esto suponía el goce de ciertos privilegios y exenciones, fundamentalmente en los planos político y administrativo. La villa poseía un alcalde que administraba justicia, tanto en ámbito civil como en el criminal[3].

Entre los motivos aludidos estaban los que impulsaron a las gentes de Alcaudete de la Jara a solicitar el privilegio de villazgo, como se refleja en una carta de poder que el Concejo, Justicia y vecinos del aún lugar mandaban redactar[4], ante el escribano público que en aquel momento existía en la localidad (don Matías Bonilla y Contreras). Este documento, fechado el 8 de diciembre de  1816, estaba signado por las siguientes autoridades:

  • Feliciano Bonilla y Contreras. Alcalde
  • Juan Parro y Domingo Gregorio. Regidores
  • Felix González de Salas. Procurador síndico general del común
  • Gregorio Fernández Cadalso, Nicolás Gutiérrez de Castro, Isidro Granda, Nicasio Piñón, Vicente del Valle, Vicente Fernández Baleno, Francisco Y Nicolás del Pino, Castor Fernández Ollero, Felix del Amo, Tomás Bodas, Patricio Rodríguez, Alfonso Chico, Manuel Hermoso, Manuel Juárez, Antonio Bonilla y Contreras. Todos estos como vocales del Concejo.
  • Blas José Albanel. Maestro del lugar.

A todo este elenco de personajes representativos de Alcaudete se sumaban una enorme cantidad de vecinos de la localidad, en apoyo de la petición solicitada por las instituciones públicas.

Concejo, capitulares y vecinos, además de poner a disposición del proceso los bienes propios y rentas del Concejo, afirmaban que el pueblo estaba en aquel momento bajo la jurisdicción de la villa de Talavera de la Reina, lo que suponía que los pleitos, asuntos civiles y criminales que surgían en el lugar tenían que ser resueltos en Talavera (a pesar de existir un alcalde como se ha citado anteriormente). Esto suponía una serie de desavenencias entre la población debido a que:

 

“…por asuntos de leve interés se forman ruidosas contiendas, y por otra parte, se ocasionan a estos moradores y vecinos excedísimos[sic] gastos y notables perjuicios (que pueden evitarse) en la ventilación de que cualesquiera demanda que les ocurra, por cuanto para promoverla en su primera instancia tienen precisión de pasar con frecuencia a aquella villa [Talavera], y faltan a la asistencia de sus casas y familias, por cuya causa advierten que les faltan algunos aumentos que pudieran tener y resultarles de la continua aplicación a su trabajo y labranzas a que viven destinados la mayor parte…[5]

 

Otro argumento que empleaban las gentes de Alcaudete para justificar su solicitud era que Talavera se situaba a cuatro leguas. A esto añadían que en el camino había algunos tramos en muy mal estado, y que habían tenido lugar en dicha vía robos y otros excesos. También exponían que ni el Jébalo, ni el arroyo de Los Frailes tenían puentes, lo que los hacía intransitables cuando el caudal que arrastraban era abundante, produciéndose ahogos y algunas desgracias cuando no había habido más remedio que vadearles. Otro factor natural que dificultaba el tránsito hacia Talavera era, en opinión de los solicitantes, el propio Tajo, debido a que en algunas zonas el camino estaba próximo a su cauce, y era inundado por el río cuando se producían crecidas. El puente de entrada a Talavera suponía otro inconveniente para las gentes que venían del sur hacia la Ciudad de la Cerámica, por ser en parte de madera, estructura esta que era en ocasiones deteriorada por las avenidas de dicha arteria fluvial, con el consecuente perjuicio de las personas que debía pasar a Talavera para resolver asuntos urgentes o que buscaban el amparo de la Justicia.

Esta solicitud al rey se fundamentaba también en que la población era de 130 vecinos (hay que tener en cuenta que vecino solía ser el cabeza de familia de cara a los padrones), lo que se consideraba suficiente para que:

…se sirva en conformidad a lo prevenido en su Real Cédula de gracia al sacar concederle la que de villa real ordinaria solicita obtener de su real persona con todas las dificultades, regalías y privilegios que en tales casos son anejos, y con el requisito de que su jurisdicción y límites de ella se entienda precisamente al mismo servicio alcabalatorio[6] que actualmente tiene y le pertenece, bien sea bajo la mancomunidad de pastos que lleva la citada villa de Talavera y demás pueblos de su tierra, o bien dejarle fuera de ella, y para sí mismo privativa y exclusivamente cerrado a coto redondo con el único aprovechamiento de este vecindario…[7]

 

El pueblo y vecindario se comprometían a asumir todos los gastos que pudieran surgir del procedimiento burocrático a seguir. Para la tramitación otorgaban un poder especial a Vicente Ferrer Carrera, agente de negocios de los Reales Consejos, vecino de la villa de Madrid, para que, en nombre y representación del Concejo y su comunidad de vecinos tramitase ante el monarca, el Consejo de Castilla y los jueces y tribunales correspondientes la solicitud de villazgo citada.

El escribano que daba fe de esta solicitud y otorgamiento de poder era don Matías Bonilla y Contreras (cuya familia todo parece indicar que provenía de los Navalucillos[8]), quien sería un personaje clave tanto para Alcaudete, como para toda la comarca de la Jara, al ser el primer componente de una saga de liberales que ostentarán un considerable poder político y económico a lo largo del siglo XIX y parte del XX. Como pincelada decir que en 1836 se encontraba entre los miembros que formaron parte de la Diputación Provincial de Toledo, cuando esta institución se establecía de forma definitiva (como uno de los elementos propios del sistema político liberal), proponiendo la creación de una comisión de armamento para hacer frente a los ataques carlistas que la zona a la que representaba (partido de Puente del Arzobispo) y la provincia en general estaban padeciendo[9].

El que el título de villa no fue logrado lo prueba el otorgamiento dado por Alfonso XIII en la centuria siguiente, como ya se ha hecho referencia al comienzo. No obstante, este trámite puede ser interpretado como un dato histórico más sobre las aspiraciones de las gentes de Alcaudete hace ya más de dos siglos.

 

[1]Gaceta de Madrid, 8 de abril de 1911,

[2]Este sistema sociopolítico era más estamental, debido a que en función del nacimiento se poseían más derechos y posición social. Por su parte en el sistema liberal será el poderío económico o el nivel intelectual el que determine en buena parte los estratos sociales. Este último es una estructuración diseñada por la emergente burguesía, que en España también tuvo como protagonista a una buena parte de la aristocracia.

[3]SANZ DE BREMOND Y MAYANS, Ana, “Villa”, en MARTÍNEZ, Enrique, Diccionario de Historia Moderna de España. II la Administración, Istmo, Madrid, 2007, pág. 337.

[4]Archivo Histórico Provincial de Toledo (AHPT), Protocolo de Alcaudete de la Jara, Ref. 25511, años 1810-1829.

[5] AHPT, Protocolo de Alcaudete de la Jara, Ref. 25511, años 1810-1829.

[6] La alcabala era un impuesto indirecto sobre las transacciones comerciales en Castilla.

[7] AHPT, Protocolo de Alcaudete de la Jara, Ref. 25511, años 1810-1829.

[8] Archivo Parroquial de Alcaudete de la Jara, Libro 10 de bautismos, pág. 12. En este registro consta el bautismo del hijo de Juan Antonio Eugercios e Hilaria Bonilla y Contreras, natural esta de Navalucillos. Por su parte Enrique Molina Merchán registra como único hidalgo de la localidad de Navalucillos de Toledo al escribano Francisco Bonilla y Contreras en año 1787, ver: MOLINA MERCHÁN, Enrique, La población de los Navalucillos. Siglos XVI-XX. Estudio de historia demográfica de un municipio toledano, IPIET, Diputación de Toledo, 1990, pág. 85.

[9]Archivo de la Diputación Provincial de Toledo (ADPT), Libro actas de sesiones, sig. Lib. A-1. Años 1836-1837. Aunque Bonilla no estuvo en la primera sesión, por motivos de salud, ya se encontraba en la quinta.

 

Primera estación de telégrafos

El día 1 de marzo de 1886 se abría al público, con servicio limitado, una estación telegráfica en Alcaudete de la Jara. Así lo ponía en conocimiento su director, Ángel Mansi, quien también desempeñó (entre otros cargos) el puesto de diputado a Cortes en varias ocasiones, y que tan vinculado estuvo con la localidad jareña mencionada[1].

[1] Gaceta de Madrid, 23 de marzo de 1886, núm. 82, pág. 901.

Calle Ramón y Cajal

A comienzos del siglo XX, tras el varapalo que supuso la pérdida de las últimas colonias, se produce un clima generalizado de frustración, en el que se habla de la “España sin pulso” y de “desastre”, al tiempo que se extendía la sensación de que el país estaba en una situación agonizante.

En medio de este clima de pesimismo surgieron propuestas de replanteamiento de lo que era y debía ser España, impulsando una actitud reformista cuya consigna fue mejorar, sanear y modernizar España. Personajes como Joaquín Costa, revistas como La España Moderna (impulsada por Lázaro Galdiano) o movimientos como la Institución Libre de Enseñanza son señeros de este afán reconstructor[1].

El reflejo de este pensamiento sobre la toponimia urbana tiene lugar en Talavera de la Reina, ciudad de referencia para todos los pueblos que rodean a dicha villa. En 1904 un grupo de concejales proponen la variación   de los nombres de algunas de las calles argumentando que la Ciudad de la Cerámica:

“… no puede ni debe permanecer indiferente a lo que el progreso y la civilización demandan…[2]”.

En septiembre de 1904, el alcalde de Talavera, Francisco Morante, designaba a una comisión de ediles el estudio de antecedentes para variar los nombres de las calles.             Dicho equipo optó por emplear nombres de españoles ilustres entre los que se encontraban el de Ramón y Cajal[3].

Esta denominación había sido ya rastreada en el archivo municipal de Alcaudete, concretamente en el padrón municipal de 1935[4]. Partiendo de este indicio se ha buscado el posible origen de la designación de esta calle. Con la suerte a favor se ha encontrado una carta del Ayuntamiento de Alcaudete de la Jara a don Santiago Ramón y Cajal, en la que se pone en conocimiento de este célebre científico de la siguiente decisión municipal:

En sesión extraordinaria celebrada por el pleno de este Ayuntamiento el día 28 de abril último,  se acordó por unanimidad dar nombre de Ramón y Cajal a la calle que en la actualidad se nombra 2ª travesía del Cordel.

Lo que tengo el honor de participar a Vd. para su conocimiento y efectos. 

Dios guarde a Vd. muchos años 

Alcaudete de la Jara, 19 de mayo de 1927 

El alcalde [Firma] 

Julián Fernández[5]

 

 

 

[1] ELIZALDE PÉREZ-GRUESO, Mª D.: “La “crisis de fin de siglo”, 1895-1902, en ALVAR EZQUERRA, A. (Dir.): Historia de España XVII. Historia Contemporánea. Historia política. 1875-1939. Madrid, Istmo, 2002, pp. 171-172.

[2] Callejero histórico de Talavera, 2013: XV

[3] Callejero Histórico de Talavera de la Reina, 2013, XXV.

[4] Archivo Municipal de Alcaudete de la Jara, Padrón de vecinos de 1935.

[5] Biblioteca Nacional, Carta del Ayuntamiento de Alcaudete de la  Jara a Santiago Ramón y Cajal, 19 de mayo de 1927, MSS/22109/103.

Casa Cuartel de la Guardia Civil de Alcaudete de la Jara (1910-1930)

Proyecto de 1910[1]

En dicho año se iniciaba un proyecto que, al igual que sucedió con las escuelas, terminaría siendo cristalizado de un modo diferente al que se ideó en un principio. El 13 de septiembre de 1910, el arquitecto provincial (probablemente don Ezequiel Martín y Martín), enviaba un proyecto para la Casa Cuartel de la Guardia Civil y las viviendas de los maestros a la alcaldía de Alcaudete de la Jara, con el fin de que se surtieran los efectos legales necesarios para la puesta en marcha de las obras que se  ideaban en dicha documentación.

En la memoria explicativa, realizada por el arquitecto provincial tras el reconocimiento de las antiguas dependencias para la Guardia Civil y los dos profesores de Enseñanza Primaria que había en la localidad, definía la situación y estado de dichas estructuras del modo siguiente:

“…Solicitado por el Municipio de Alcaudete de la Jara, pasé al pueblo con objeto de reconocer el Cuartel de la Guardia Civil y las casas que ocupan los profesores de Primera Enseñanza; siendo todas ellas de alquiler y con dificultad para encontrarlas…”[2]

En su consecuencia, el citado Municipio acordó construir un edificio que reuniera las condiciones necesarias para instalar en él la Casa Cuartel para el citado cuerpo de seguridad, además de dos viviendas para sendos profesores, con la debida independencia unas de otras. Al efecto se escogió un solar que poseía el Ayuntamiento en una plazuela a espaldas de la iglesia, que limitaba con el campo y que, en opinión del técnico, era lo suficientemente capaz, sano e independiente, para erigir la edificaciones referidas.

En la fachada principal, que estaría situada en la plazuela citada, El centro se destinaría a la entrada al cuartel, mientras las crujías de la derecha e izquierda se destinarían a las viviendas de los dos maestros, con entradas independientes entre sí y del cuartel.

La entrada principal sería un gran zaguán, que terminaría en un patio grande por donde se penetraría a la sala de armas, despacho y habitación para un oficial, viviendas para seis guardias, cuadra y pajar, situando un pozo en el centro del patio, con una pila para lavar y un abrevadero.

Las viviendas para los profesores constaría cada una de un portal, despacho, gabinete, cocina, comedor, tres alcobas y un corral.

Las de los guardias serían de dos categorías:

  • Cuatro estarían destinadas a guardias casados con familia. Estas estarían compuestas por un portal, gabinete, cocina, tres alcobas y un corral
  • Dos dependencias se reservarían para solteros o recién casados sin hijos. En este caso estarían compuestas de portal, gabinete, cocina, dos alcobas y un corral.

Los cimientos y zócalos se construirían de con mampostería ordinaría con mortero de cal y las demás trazas de paredes con machones, jambas, dinteles, umbrales y verdugadas de ladrillo de mortero de cal y cajones de tapiales de tierra.

La cubierta, a dos aguas, estaría compuesta por una armadura de madera y teja árabe ordinaria. Por su parte, los pavimentos serían de baldosa sencilla, empedrados y terrizos.

La decoración sería austera y sencilla, restringiéndose a las formas simétricas que la geometría imponía a los materiales de construcción.

Estas serían, a grandes rasgos, los las ideas básicas que regirían los planos, presupuesto y estado de las obras pensadas para el proyecto, que el arquitecto provincial propondría.

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Detalles de los planos realizados por el arquitecto provincial en 1910 para la Casa Cuartel de la Guardia Civil en Alcaudete de la Jara. Fuente: Archivo de la Diputación Provincial de Toledo. Legajo núm. 3240, núm. 9.

 

Nuevas instalaciones[3]

Como ya sucediese con las construcciones que se inauguraron en 1927 para la enseñanza de los niños y niñas de la localidad, las instalaciones que estrenaba Alcaudete décadas después, varió de lo que inicialmente se diseñó en el proyecto de 1930. También era otro el lugar que se seleccionó para erigir las edificaciones.

El 24 de junio de 1930, se inauguraban en Alcaudete las nuevas infraestructuras para la Casa Cuartel de la Guardia Civil, edificado a instancias del Ayuntamiento, regido en aquel momento por Julián Cáceres, en unos terrenos cedidos, a la par de los que se destinaron a las escuelas y a las casas de los maestros por Gabriel de la Puerta. Así lo escribía para el periódico El Castellano, Manuel Alonso en ese mismo mes.

El conjunto de personas que, en representación  de las instituciones públicas, así como el benefactor se reunían en el Ayuntamiento, para posteriormente dirigirse al lugar de la inauguración. Entre las mismas se encontraba el propio De la Puerta, el capitán de la Benemérita Acevedo Juárez, el teniente Rodríguez Valero, el alcalde o el diputado provincial Gómez Granda, entre otros. Dicha comitiva era recibida por la fuerza que componía el destacamento, compuesta en aquel momento por cuarto números y el sargento Olmeda Ramírez.

La bendición estuvo a cargo del coadjuntor, acto para  el cual se erigió un altar en el arco de entrada a las diversas dependencias, y en el que se elevó el pabellón nacional. Acabado el acto religioso, maestro de las obras, señor Dápica, hizo entrega del edificio al alcalde, quien a su vez, hizo lo mismo con el capitán de la Guardia Civil, y este último lo pasó al comandante de puesto, el citado señor Olmeda.

El edificio se situaba en la parte meridional del casco urbano de Alcaudete, entre las escuelas y las casas de los maestros. Sus dimensiones eran de 43 metros de fondo por 32 de ancho, formando un cuadrilátero la zona destinada a los efectivos de la Guardia Civil con un patio central de 20 por 20 metros. Además de las dependencias individuales, las infraestructuras estaban dotadas de sala de armas, archivo y dependencias para jefes y oficiales (todas amuebladas), situadas a la derecha del pórtico de entrada. En la zona sur, separada mediante un muro con puerta central, se ubicaron los espacios destinados a las cuadras, evacuatorios y demás dependencias de higiene. En el salón de sesiones, los invitados recibieron el correspondiente convite, con motivo del evento (presidido por el señor De la Puerta por voluntad expresa del alcalde que le cedió su puesto). A los asistentes mencionados se sumaron los maestros y maestras, médicos, oficiales de Correos y Telégrafos y el juez municipal de la villa.

 

 

[1] Archivo de la Diputación Provincial de Toledo. Legajo núm. 3240, núm. 9

[2] Archivo de la Diputación Provincial de Toledo. Legajo núm. 3240, núm. 9

[3] El Castellano, lunes, 7 de julio de 1930, pág. 3

¡Qué vienen los facciosos!

El carlismo fue un movimiento sociopolítico contrario al liberalismo, que surgió en España, tras la muerte de Fernando VII, aunque tiene precedentes anteriores, como fueron los realistas del Trienio Liberal (1820-1823) o los agraviados de la Década Absolutista (1823-1833). Entre 1833 y 1876, fue motivo en su choque contra el liberalismo, de varias guerras civiles y enfrentamientos bélicos de menor entidad[1].

La figura que dirigió este movimiento reaccionario fue el hermano del rey, Carlos María Isidro (de donde proviene el nombre), quien no se resignaba a renunciar a sus derechos sucesorios. El enfrentamiento era ya inevitable cuando el 20 de junio de 1833, la princesa Isabel realiza el juramento ante las cortes. En aquel momento  don Carlos estaba ya refugiado en Portugal (desde marzo) y se niega a jurar lealtad a su sobrina. Estos hechos aceleraron el proceso conspirativo que había arrancado en los acontecimientos que tuvieron lugar en La Granja entre el 18 y el 22 de septiembre de ese mismo año. Tras el fallecimiento de Fernando VII el 29 de septiembre, don Carlos, con el apoyo del Miguel I de Portugal, firmaba en Abrantes un manifiesto en el que reclamaba la Corona española[2].

En la cercana Talavera, el día 2 de octubre por la noche, los voluntarios realistas, encabezados por el administrador de correos de la Ciudad de la Cerámica, Manuel María González, proclamaban rey al hermano de Fernando VII, comenzando una contienda que duraría hasta 1840, en que sería sometidos los últimos reductos levantinos, y un enfermo Cabrera huía de España en el mes de julio[3].

En la provincia de Toledo, las bandas de carlistas o facciosos llegaron a cobrar lo que Hilario Rodríguez denomina como “impuesto revolucionario”. Con el dinero recaudado compraban los avituallamientos necesarios. En Alcaudete se encontraron varios talleres que confeccionaban boinas y vestimentas que eran recogidas y remuneradas por la banda liderada por el faccioso Felipe[4].

En este contexto, tuvo lugar el ataque que se describe en el periódico de la época El Eco del Comercio, en cuyo número 1373, publicado el 1 de febrero de 1838, se detallaba con un lenguaje propio de los liberales españoles, cargado de romanticismo, dicho suceso de la siguiente manera:

“Según cartas de Alcaudete, las facciones al mando de Felipe, Carrasco, Carnicero y el hijo de Jara en número de 300 caballos y 200 infantes entraron en dicho punto el día 24. Quemaron doce casas, y robaron y saquearon cuanto pudieron. Pero 35 valientes nacionales les opusieron una resistencia tenaz que produjo los buenos efectos de que no ardiera toda aquella villa, y de escarmentar a los forajidos, que sufrieron la pérdida de 3 muertos y 30 heridos.

La columna del señor Perurana llegó a tiempo de secundar el valor de aquellos defensores, dando muerte a diez rebeldes.”

 

 

[1] CANAL, Jordi, “Carlismo”, en en FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, Javier y FUENTES, Juan Francisco (dirs.), Diccionario político y social del siglo XIX español, Alianza, Madrid, 2003, p. 119.

[2] GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo, “La primera guerra Carlista (1833-1840)”, en ARÓSTEGUI, Julio, CANAL, Jordi y GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo, El carlismo y las guerras Carlistas. Hechos, hombres e ideas, La Esfera de los Libros, Madrid, 2003, pp. 49-50.

[3] GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo, Op. cit. pp. 50 y 64-65.

[4] RODRÍGUEZ DE  GRACIA, Hilario, La guerra de los Siete Años en Toledo, Temas toledanos, IPIET, Diputación de Toledo, 1988, p. 59.