Una torre fue mi cuna

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La catedral de la Jara

Templo parroquial de Alcaudete de la Jara

Los repobladores que se establecen en la zona, a partir del siglo XIII, dependían de las parroquias de Talavera, a las que entregaban diezmos y primicias. Pero a medida que crecían, procuraron administrar sus propios recursos. Con este fin se reúnen una serie de parroquias de los territorios cercanos a Talavera en 1433, para concretar una concordia, de la que nacerá la iglesia de Alcaudete de la Jara, como entidad independiente.  En 1480 se tiene lugar otra concordia, entre las Iglesias de la Estrella y Alcaudete, por un lado, y la de Santa María la Mayor de Talavera (Colegial), por otro, en la que se le asignan a nuestra parroquia las de Belvís, Navalucillos de Talavera, Torrecilla, y Espinoso del Rey.

Seguramente en el solar que ocupa se situara la antigua parroquia, del siglo XIV, cuya fábrica afirma el profesor Jiménez de Gregorio que pudo ser muy similar a la de la parte inferior del Torreón, esto es en argamasa. Seguramente una de las primeras de la zona.

La que actualmente tenemos se comenzó hacia 1534, con los fondos donados por el párroco de la misma, D. Juan de Algarra (natural de Murcia), quien se los entrega a Rodrigo de Aguirre, como depositario, dejando además unos fondos para la creación de un hospital. Muerto Algarra poco después, le sucede en el cargo su sobrino, Cristóbal Bustamante, durante cuyo parroquiado se terminará el cuerpo, hacia 1551. Este muere en 1569, tiempo este en el que se acaba la capilla en la que se prolonga la nave principal. Le sucede otro sacerdote con el mismo nombre y parentesco con Algarra, hasta 1593, en que fallece. Durante su parroquiado se levantó la torre, comenzándose las obras en 1574. Para estas donó el concejo 1551 peones, con los que se levantó hasta algo menos de un metro de la primera cornisa de la torre.

Los maestros canteros que trabajaron en la obra fueron; Juan de Aguirre, Juan de la Puente y Juan Ortega del Valle. Muerto de la Puente, le sucedió Lorenzo de las Lastras y Lorenzo Gómez (de Aldeanueva). La terminación de la obra pudo darse en 1596, aunque en el archivo parroquial D. Clemente Villasante nos afirma que encontró datos que prolongan las obras hasta 1607-1608.

Iglesia fue bendecida en 1580, por el sufragáneo del arzobispo Quiroga, Diego de la Calzada,  obispo de Salona y visitador de Ciudad-Real, Campo de Criptana y Calatrava, advocándola a la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora.

Portada


Se hizo en el parroquiado del primer Bustamante. Es de estilo plateresco, es un auténtico mapa de la evolución constructiva peninsular religiosa, ya que integra elementos medievales tales como las arquivoltas de medio punto que enmarcan la puerta de entrada o la hornacina superior. El arco apuntando que enmarca todo el conjunto, o los arranques de nervaturas en su parte superior (de probable función sustentante de una especie de nártex, para proteger la portada propiamente dicha), también reflejan otro de los rasgos de esta tradición edilicia de fines del Medioevo.

Por otra parte, las columnas se suceden en altura a ambos lados de la entrada. Las primeras apoyadas en plintos y rematadas en capiteles, que sirven de apoyo a las columnas superiores, y los grutescos del amplio friso sobre la puerta (flanqueado por águilas o aves fénix), nos llevan al Renacimiento inicial, dándonos a entender la situación cronológica de transición en la que se sitúa esta construcción.

Debajo de la Hornacina, observamos los escudos de los párrocos que realizaron el templo. El de trece roeles pertenecería a los Bustamante, mientras el del centro en el que se representa un cáliz (que simboliza la dignidad sacerdotal o las llagas de Cristo), y el de la derecha, en el que se representa unas hojas de laurel en la parte superior, y un pino al que se aproxima un lobo, representaría al fundador Algarra (aunque habría que comprobar su correspondencia). Encima de éstos, tenemos una hornacina enmarcada en una moldura y flanqueada por leones rampantes.
En la parte opuesta encontramos una entrada más sencilla con arco carpanel. El resto de la fábrica está realizada en mampostería con sillería en las esquinas y en los contrafuertes, técnica esta última en la que está realizado el más suroccidental de los mismos, probablemente con el objetivo de soportar mejor los empujes.

Interior

De una sola nave, de 37 metros de largo, por 13 metros de alto, tiene un perímetro de unos 150 metros, y unos muros de dos metros de espesor aproximadamente. Orientada en sentido este-oeste, tiene tres tramos, más el de la capilla, más pequeño.

La Catedral de La Jara tiene, simplificando mucho, dos estilos arquitectónicos, que, a su vez son testimonio de las técnicas de construcción que imperaban entre los coetáneos que se encargaron de su diseño y edificación. El más veterano es el gótico, sistema que llevaba siglos establecido en los territorios peninsulares de la Monarquía Católica y que llegaba a su canto de cisne en la centuria en que se construía el templo alcaudetano (siglo XVI).

No es posible definir globalmente la arquitectura gótica en base a los elementos que la configuran. No obstante, es evidente que algunos de ellos resultan arquetípicos en el contexto de modelos como puede ser las construcciones templarias.

Viollet-le-Duc planteó en el siglo XIX la teoría de los tres elementos que podían definirse como básicos en la arquitectura gótica: el arco apuntado, la bóveda de crucería y el arbotante. Este último es reemplazado en la iglesia de Alcaudete por contrafuertes macizos (quizá la herencia románica, o simplemente la búsqueda de una sencillez que abaratara costes, pueden estar entre los motivos del empleo de estos elementos utilizados para contrarrestar fuerzas ejercidas por las bóvedas).

El arco ojival o apuntado ya había sido empleado en la arquitectura europea occidental románica de Borgoña, en Provenza, en Aquitania y en Poitou, por lo que fue incorporado a la arquitectura cisterciense. Frente al arco de medio punto, el apuntado reducía los empujes laterales, permitiendo una considerable verticalidad al nuevo estilo.

Aunque será la bóveda de crucería el componente que ha dado lugar a un mayor número de interpretaciones desde el punto de vista funcional y plástico. Se podría definir como una especie de bóveda de arista (que a su vez la configuran dos bóvedas de cañón) que se refuerza por los nervios diagonales cruzados en la clave. Se halla enmarcada longitudinalmente por arcos formeros y transversalmente por arcos perpiaños. Las ventajas de la bóveda de arista llevaron a los arquitectos medievales a experimentaciones que dieron lugar a la bóveda de crucería o de nervios, fundamento del sistema constructivo gótico. Consiste en la construcción de cuatro arcos haciendo un cuadrado y otros dos que se cruzan en diagonal. Las tradicionales bóvedas de arista transforman sus encuentros en nervios estructurales sobre los que se apoyan los paños de este tipo de techumbre, simple cerramiento ahora sin función estructural, lo que permite que los pesados arcos fajones anteriores se transformen en ligeros nervios principales.

Este diseño del edificio gótico, estructura esquemática de líneas verticales de esfuerzos en pilares y de líneas horizontales de transmisión exteriores a la construcción principal, arbotantes o contrafuertes, liberan a los muros tradicionales de su función de carga, convirtiéndose en simples cerramientos del espacio, lo que propició en muchos casos su sustitución por paños acristalados. Este genial equilibrio estructural se consiguió por el método de la prueba y el error, sin reglas teóricas muy elaboradas sobre su composición de fuerzas, e incluso sin un control claro del concepto de fuerza y de su línea de definición.

A partir de este esquema inicial se desarrollan la bóveda sexpartita, si se añade un tercer nervio transversal; de terceletes, cuando varios nervios parten de un mismo punto; o estrellada cuando los nervios secundarios se multiplican, dando lugar a claves secundarias.

En este punto es donde enlaza el templo jareño con una de las grandes corrientes arquitectónicas del Medievo peninsular. Según se avanza hacia el presbiterio, se traspasa el arco triunfal (esto es, el que da paso de desde la nave al presbiterio) el visitante se encuentra con una bóveda de estrella que guarda mucha similitud con las que diseñaron arquitectos como Rodrigo Gil de Hontañón.

Hecha esta introducción se aporta una imagen con la descripción de cada uno de los elementos que componen la bóveda estrellada de la estructura templaria alcaudetana.

DESCRIPCIÓN DE LA BÓVEDA QUE CUBRE EL PRESBITERIO DEL TEMPLO PARROQUIAL DE ALCAUDETE DE LA JARA. FOTOGRAFÍA CEDIDA POR CORTESÍA DE JAIME FARELO

Como se puede comprobar, cada parte de la tectónica constructiva de un edificio tan cargado de siglos y arte es digna de valorar por la tradición que encierra en sí misma, fruto de cientos de años de trabajo manual e intelectual que los convierte en un tesoro patrimonial directamente proporcional a su longevidad, maestría, así como a las dimensiones resultantes.

Tribuna

Construida en 1701, siendo párroco Francisco Martín y García. Su precio fue de 9.751 reales. En su parte superior tiene una barandilla de madera y una superficie amplia para el alojamiento de las clases más pudientes, casi con toda seguridad, en la que se alojaría un órgano mandado construir, a través del vicario visitador de la Colegial, José de los Llanos, en 1708 por el precio de 600 ducados (unos 6600 reales), a D. José Martínez Colmenero, afinador y maestro de órganos de la ciudad de Toledo. Se instala en 1709, comprobando su construcción y afinándolos el organista de la Colegial y maestro de capilla D. Antonio Martínez. Toda esta estructura esta soportada por tres bóvedas de arista, y pilares de claro corte clasicista. Este órgano desapareció que sería sustituido por otro más moderno en épocas más recientes.

Torre

Es aproximadamente cuadrada, con algo más de siete metros y medio de lado, y una altura de treinta y tres metros y medio. Compuesta por cuatro cuerpos, los dos inferiores están realizados en argamasa con sillería en las esquinas, mientras los dos últimos están realizados en sillería con pilastras ornamentales rematadas con capitel, en una línea más acorde con el clasicismo escurialense de la segunda mitad del siglo XVI. La transición entre cuerpos se realiza con molduras a modo de “plintos”, para disimular la disminución de tamaño del edículo, según ascendemos. El último cuerpo, tiene arcos de medio punto (frente a los inferiores, adintelados), en los cuales aloja dos campanas; una orientada al sur (la más grande), y otra al este. La cubierta está compuesta por una cornisa, cuatro piramidones rematados en esferas, y una cúpula. De su interior podemos destacar.

La escalera

Destacar el primer tramo realizada en el estilo denominado caracol de Mallorca, tipo muy empleado en el siglo XVI. Debe su nombre a la realizada por el maestro Guillem Sagrera en la torre noroeste de la Lonja de Mallorca, entre 1435 y 1446, probablemente el primer ejemplo hispánico, estando los primeros ejemplos realizados en la zona levantina. En el siglo XVI ya es empleada por arquitectos como Rodrigo Gil de Hontañón en la sacristía de la Catedral de Plasencia, Diego de Siloé en el Colegio Mayor del Arzobispo Fonseca, o Andrés de Valdenvira en la iglesia de Valdecarrillo, llegando incluso a pasa a América, donde la encontramos en las torres de la Catedral de México.

Está perfectamente documentada en los tratados de cantería y aparejos que circularon en España en los siglos XVI y XVII, como los de Alonso de Valdenvira, Martínez de Aranda, Juan de Aguirre, Joseph Gelabert o Juan de Portor y Castro, entre otros.

Este tipo de escalera es muy probable que  evolucionase de la de husillo (de la que tenemos ejemplo en los dos tramos siguientes) por la progresiva transformación del machón central, de su posición vertical, a un desarrollo helicoidal.

El modelo ha pervivido hasta el siglo XX como se puede apreciar (con matizaciones) en el caracol con ojo de una de las torres de la Sagrada Familia.
Los motivos de su origen son la búsqueda de una mayor luminosidad (cenital o proveniente de las ventanas laterales), según Perousse, o para el transporte de bultos o mejor circulación en lugares de reducidas dimensiones, según Palacios.

Acerca de las proporciones los maestros de la época dan varias interpretaciones, Gil de Hontañón lo hace en razón del cuerpo humano (concepción acorde con el pensamiento renacentista), Valdenvira se apoya más divisiones segmentarias circulares y Aranda solo se centra en la altura. La talla de cada escalón es más laboriosa que la de husillo. En la primera (husillo) con una plantilla sobre un bloque, tallando a escuadra la figura en planta, y rebajando posteriormente la que será la cara inferior, una vez montado. En la de Mallorca hay que emplear la plantilla por ambas caras del bloque, girándola en la inferior para que ocupe la planta del escalón siguiente, con el fin de definir lo que será el pasamanos de la moldura central.

Baptisterio

Alojado en parte inferior de la torre, su acceso se realiza a través de un arco de medio punto apoyado en pilastras que guardan una cierta similitud con las que sustentan la tribuna (quizás por emulación al levantar estas últimas). Está cubierta por una bóveda vaída rematada en su clave por una flor, que se asemeja con la que encontramos en lugares como los plintos de las columnas de la entrada principal.

Su disposición está en consonancia; tanto con la función iniciática que debe cumplir, como con la simbólica (que tenían muchas de las primeras iglesias cristianas peninsulares). De este modo la ubicación a los pies de la Iglesia nos remite al camino a seguir en la práctica sacramental. Mientras que su orientación hacia occidente se puede interpretar (entre otras razones), por la visión de Cristo como luz que rompe las tinieblas, relacionadas éstas con el oeste, entre las que destacaría mejor la luz del Reino de Dios. En este sentido la renuncia a Satanás en el rito bautismal, refuerza esta simbología.

En su interior se aloja una pila bautismal de piedra compuesta por las siguientes partes:

  • Una copa en la que se aprecian, enmarcados en cuadros, los escudos de Bustamante (el de trece roeles), Algarra (este causa más dudas, al distinguirse peor), el jarrón de azucenas de la iglesia de Toledo, junto a la mencionada flor de los plintos, situados todos en la entrada
  • Esta parte superior se apoya sobre un fuste acanalado que arranca de una basa en la que se diferencian una escocia y un toro (moldura convexa), que, a su vez, se apoyan sobre un pie cuadrado embutido en el suelo.

                                              Bibliografía

  • ALFONSO SANTORIO, Paula, “Alcaudete de la Jara en el Catastro de Ensenada. Año de 1752”, en en Centenario de Alcaudete de la Jara. 100 años de villazgo (1911-2011), Excmo. Ayto. de Alcaudete de la Jara, 2011
  • JIMÉNEZ DE GREGORIO, Fernando, Comarca de La Jara, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, Diputación Provincial, 1982
  • JIMÉNEZ DE GREGORIO, Fernando, La Villa de Alcaudete de la Jara. Notas para su geografía e historia, Asociación recreativo-cultural “El Torreón”, 1983
  • PACHECO JIMÉNEZ, César, “La fortificación en el valle del Tajo y el alfoz de Talavera entre los siglos XI y XV”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie III, Historia Medieval, t. 17, 2004
  • PAREDES GARCÍA, Florentino, El habla de la Jara. Los sonidos, Universidad de Alcalá, 2001
  • PORTELA HERNANDO, Domingo, “Los grabados rupestres postpaleolíticos del “Martinete”, Alcaudete de la Jara. Toledo (España)”, en MARTÍNEZ GARCÍA, J. y HERNÁNDEZ PÉREZ, M. S. (Eds.), Actas del Congreso de Arte Rupestre Esquemático en la Península Ibérica: Comarca de los Vélez, 5-7 de Mayo de 2004
  • SÁNCHEZ JAIRO, Javier, Toponimia mayor de la tierra de Talavera, Ayuntamiento de Talavera de la Reina, Talavera de la Reina, 1999

Garcilaso y el Jebalo

Pódcast sobre nuestra villa

Entrevistas:

Jesús de Paz Calderón (haz clic en cada elemento numerado para acceder al pódcast correspondiente):

  1. La Bodeguilla
  2. El Molino Riscal

Alcaudete en tiempos del rey Fernando VI. Relato literario de Paula Alfonso (haz clic en cada elemento numerado para acceder al pódcast correspondiente):

  1. Introducción
  2. La llegada de los oficiales regios
  3. El retorno de los oficiales regios en diciembre

El cantero huérfano

El cantero huérfano

Memorias de un milenario. Pétrea ufanidad

Habían pasado ya cientos de años que se habían establecido los nuevos moradores, aquellos que portaban unos útiles que denominaban ballestas, y también los que se dedicaban a cultivar la tierra, y como no, quienes recogían un elemento viscoso que, por lo oído, era dulce y para conseguirlo no tenían que sacrificar a los seres vivos de la naturaleza en la medida en la que lo hacía los cazadores. Si bien es cierto que estos últimos no lo hacía por diversión, sino para sobrevivir.

            La zona estaba más dotada de vida humana y, aunque veía y escuchaba mejor a los hombres y mujeres que merodeaban a mi alrededor, también podía divisar hacia el sur un conjunto de casas, que los naturales llamaban Toledillo. Bien es cierto que estaba un poco más elevado que el caserío que me circundaba, y, al decir de algunos de los aldeanos, esto sucedía en Toledo, una gran villa situada al lado de un río más grande que nuestro querido Jébalo, y al que este portador de fluido de vida iba a tributar con sus aguas. No obstante, he de reconocer que en algunas ocasiones me pareció entender a las gentes de aquí que los moradores de aquella barriada eran unos cristianos diferentes, debido a que había permanecido en tierras controladas por sus rivales, por lo cual se les conocía como mozárabes (aunque esto no deja de ser una interpretación de este vetusto edificio que os habla).

Saetera con paloma

Según iban pasando los años la zona iba cobrando un vigor que se reflejaba en un continuo trajinar de las personas que todos los días portaban la leña para calentarse en invierno y hacer el alimento básico que denominaban pan en una especie de estructuras compuestas de ladrillos similares a los que configuran mi cuadrangular porte. También comenzaron a aparecer unas gentes que ya no trabajaban solo la tierra, el ganado o el panal, sino que fabricaban instrumentos de un material muy resistente que les servía a los agricultores  como útiles con los que esculpían el suelo que cultivaban; otros que se dedicaban a reparar y fabricar los elementos postizos con los que protegen sus cuerpos; y aquellos que hacían lo mismo con unas pequeñas fundas que se colocan en la parte más baja de sus extremidades inferiores (si bien es cierto que no todos lo llevaban, señal de algunos y algunas no los podían comprar).

Debió ser esta acumulación de seres humanos, que ya sería superior a las mil almas, la que produjo que un buen día comenzasen a llegar unos artesanos que jamás había visto. Comenzaron a dar vueltas alrededor del anterior edificio que me había acompañado durante un tiempo hasta que un buen día comenzaron a excavar a su alrededor y lo fueron quitando de mi visión por medio de unas paredes muy anchas construidas a base de piedras y una mezcla de cal y arena. Los primeros días, y cada cierto tiempo, venía un señor con unos documentos muy grandes que mostraba a los que dirigían los grupos que trabajaban en la obra. Debía tratarse de una persona importante, porque cuando estaba por aquí, el párroco del lugar, un tal Algarra (que tanta relevancia tenía entre la población por su labor en lo que las gentes de aquí llaman “cura de almas”) dejaba casi todo lo que estaba haciendo y se dedicaba a ver con este señor los papeles que traía consigo, muchos de los cuales servían para que aquellos que trabajaban las piedras tuvieran una referencia acerca de la forma que debían dar a las mismas. Entre la muchedumbre que iba erigiendo la enorme mole de piedra que fagocitó a mi antigua compañera de solar, había unas personas que provenían de una aldea nueva, que no debe estar muy lejos de aquí, y donde al parecer había una tradición consolidada de labrar este berroqueño material. Siglos más tarde, unos vehículos que no necesitaban ya animales de tiro para moverse volvieron a traer piedra tallada por artesanos de esta población, pero eso es algo que contaré de forma más detallada más adelante.

Y en esta empresa ocuparon la mayor parte del siglo XVI, estando ya terminada cuando llegaron los enviados del rey, hacia 1576, con el fin de averiguar una serie de cuestiones de esta localidad con la que tantos siglos he convivido. En aquellos momentos no había brotado aún la enorme torre que a la parte oeste se erige por encima del tejado del nuevo templo edificado por los habitantes de Alcaudete de la Jara, cénit de una aspiración de la comunidad que ha dado vida a este lugar, la cual, cuando estuvo terminada, dio considerables muestras de alegría, con celebraciones de todo tipo, en las que participaron personas que solo vi morar en la zona cuando tuvo lugar este alborozo y que, dicho sea de paso vestían una lujosas prendas que parecía tener un color especial y muy vivo.

Y de este modo, privado de mi antigua compañera y de parte esa vista con la que me había ido encariñando durante lustros, pero escoltado por esa enorme construcción que a las mujeres y hombres de aquí gusta de llamar Catedral de la Jara, he pasado los últimos cinco siglos. Reconozco que apenas me acuerdo de aquel pequeño templo de ladrillo y piedra que, si no recuerdo mal no tenía más saliente que una espadaña con campanas, aunque aún guardo la esperanza de que se encuentre alojado en el vientre del edificio actual y podamos volver a vernos, pues tras tantas centurias, seguro que tenemos muchas curiosidades y sucesos que contarnos mutuamente.

Hasta pronto. Un pétreo saludo

Memorias de un milenario

Es de bien nacidos ser agradecidos, motivo por el cual comenzaré por agradeceros mi existencia en esta tierra que tanto ha cambiado desde que comencé a tener uso de razón. Realmente no puedo deciros a ciencia cierta si soy hijo de romanos, visigodos, musulmanes o cristianos (que, a su decir volvían a traer la religión que los últimos romanos y visigodos al parecer habían profesado).

Sea como fuere, lo que sí que tengo claro es que cuanto me alcanza la memoria, ni el paisaje era como ahora, ni las gentes que lo poblaban tenían similitud alguna con las que llevó viendo en los últimos siglos. Incluso estas personas que en ocasiones se llaman a sí mismas buenos y buenas cristianas, no han tenido el mismo aspecto exterior, si bien es cierto que, en determinadas ocasiones, la reiteración de determinados comportamientos me recuerdan mucho a actitudes de antaño, lo que me ha llevado a la conclusión de que, en realidad hay una esencia dentro de estos seres vivos (que con tanta frecuencia se paran a mirarme en los últimos tiempos) que no cambia mucho a pesar de que tratan de ocultarla tras una cobertera diferente cada cierto tiempo.

Pero vamos a dejarnos de verborrea y os voy a contar lo que recuerdo de mí mismo, por lo que he visto y oído durante cientos de años de hablar a estos animales que caminan erguidos y emiten unos sonidos que, de tanto oír he conseguido entender.

Todo el mundo que me ve me llama El Torreón. Algunos han llegado a pasar horas mirándome, y desde hace algo menos de cien años me apuntan con un objeto (cuya punta brilla y que se ha reducido de tamaño en la etapa mencionada), permanecen quietos unos segundos y, después de producirse un leve sonido, se marchan. No debe ser un arma porque nunca he sentido nada raro cuando dirigen el objetivo de este útil hacia mí. Y sé de lo que me hablo, porque cuando en tiempos pasados me han arrojado flechas o piedras notaba el dolor que provoca la intención de las personas por destruir lo que ellas mismas han creado.

No menos agradable fue cuando descubrí para que era el agujero que me habían dejado en la cara que mira al edificio de piedra. Cuando los de dentro daban gritos y no querían dejar de pasar a nadie, vertían por este pequeño espacio horadado un líquido que parecían haber sacado del mismo infierno.

Con el tiempo conseguí predecir cuándo se iban a producir estas situaciones tormentosas, porque en mi parte superior encendían leña seca, si el manto negro agujereado estaba sobre mí; o bien leña húmeda, cuando aquel se tornaba de azul (lo cual coincide con la aparición por el cerro, que las gentes de aquí llaman de El Ángel, de una luz muy potente que puede dar mucho calor algunos meses) o de gris, color que siempre asocio a la tristeza porque en ocasiones, el líquido cristalino que segrega se asemeja al que sale de los ojos de los humanos que acompañan a quienes portan una especie de caja rectangular, en el que sospecho que debe ir uno de los suyos al edificio de piedra que me levantaron hacia donde se esconde la luz (al que se refieren como iglesia), privándome de una parte de la hermosa vista que tenía, y del orgullo que me producía ser la construcción más alta de la zona. Este paralelismo me ha llevado a pensar que estas pequeñas criaturas que caminan erguidas y me miran tanto, tienen algún tipo de vinculación con el manto que nos cubre, al que ellos llaman cielo. Es como si fueran un microcosmos de algo más colosal, esto es, una réplica a pequeño tamaño de algo que, me temo que debe estar situado más arriba del techo azul que nos cubre a todos.

Pues bien, así estuvieron las cosas entre los que trajeron las campanas y los que cantaban para llamar al resto de la gente que vivían cerca para reunirse a rezar durante muchos años, hasta que aquellas gentes que mandaba a uno de los suyos a que se subiera encima de mí entonando una especie de gritos melódicos se marcharon definitivamente. Esto paso hace cientos de años, y he de decir que no era agradable, porque debido a los continuos enfrentamientos entre unos y otros, este territorio se quedó vacío de vida y, aunque estos seres que me rodean tienen algunas cosillas que no me agradan mucho, he de reconocer que verlos a mi alrededor me gusta.

Pasado este vaivén de gentes, unos señores, que traían una herramienta que sospecho que debía ser un arma, y que ellos llamaban ballesta, comenzaron a visitarme y a vivir en mi interior. Pero, esta parte de mi vida os la contaré un más adelante, porque ahora necesito descansar, soy ya muy mayor y cuando hablo de mí me acabo emocionando demasiado. Pronto seguiré relatando más de mí y de lo que he visto que sucedía en mi entorno.

Hasta pronto

 

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Imagen extraída del boletín informativo de régimen interior El Torreón, perteneciente a la Asociación Recreativo Cultural El Torreón. Enero-febrero de 1983

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¿Maibalera por “María Balera”?

Los topónimos urbanos son, a la par que reflejo de una cultura de ámbito comarcal, provincial, e incluso nacional, una de las imprimaciones más propias del devenir de una comunidad local a lo largo de los siglos. Esto ha supuesto que sea muy común encontrarse denominaciones de calles que responden, no solo a la utilidad que les caracterizó antaño (Fragua), sino también a nombres que se establecieron de un modo tan particular que, pasado el tiempo, hacen difícil rastrear su origen.

El caso de la calle Maibalera es uno de esos pequeños enigmas que guardan encriptado su testimonio sobre parte de la historia del callejero de Alcaudete, y que se resiste a abrirnos el lacre que oculta el porqué de este nombre.

Pues bien, en esta entrada se va tratar de quitar los estratos que cubren esta cuestión, con el fin de que, por confirmación o por descarte de la hipótesis lanzada, se consiga saber que ocasionó esta referenciación nominal.

Un punto de partida interesante sería indagar en las respuestas generales y particulares de El Catastro de Ensenada para saber a ciencia cierta si este topónimo estaba ya implantado a mediados del siglo XVIII. Paula Alfonso no la menciona entre las denominaciones que registra en su estudio sobre la labor de los agentes regios en Alcaudete, quienes sí que anotaron nombres como calle Real de la Estación, calle de las Eras de Arriba, calle que va a los Molinos o plaza y calle del Mesón, por citar algunos ejemplos[1].

Entrados ya en la centuria siguiente, concretamente en 1819, dos vecinos de la localidad deciden visitar a don Matías Bonilla y Contreras, escribano público de la localidad, para registrar por escrito el acuerdo al que habían llegado. En el texto redactado por el notario municipal se decía:

 “…Benta real de una casa arruinada sita alas eras de María Balera de esta poblacion en fabor de Zacarías Arroyo.

En el lugar de Alcaudete  a diez y nuebe de diciembre de mil ochocientos y nuebe; ante mí el ynfraescripto Excmo. de [Su Magestad (que Dios guarde) principal] y único en este lugar y de los [lugares] que se dirán pareció Nicolás del Pino de esta vecindad y dijo: Que porsí y anombre de  sus hijos y subcesores, y de quien de él  i de ellos hubiere título, voz y causa en  qualquiera manera bende y dá en benta real y enajenacion perpetua por juro de heredad desde  hoy dia de la [fecha] en adelante para siempre jamas á Zacarías Arroyo de esta vecindad y a los suyos a saber: una casa a las heras de Maria Balera, que linda por solano con la calle por donde tiene su entrada, por Abrego y Gallego con casas de Eusebio García del Rosal y Lorenzo Jorge, por Zierzo, con otro solar de casa de Manuela Ollero…”[2]

Años más tarde, don Rufino Flores, en el manuscrito que realizaba siendo seminarista (allá por los años veinte del siglo pasado) describía este tramo urbano como travesía (junto Quiroga, Gonzalo, Gato o Ventura Angulo) anotando la denominación como May-Valera[3].

En 1935 los registros oficiales de carácter catastral registraban también como travesía este tramo urbano, con el nombre de Maivalera. Es interesante mencionar los datos adicionales que aporta esta fuente, tales como que la mayoría de las casas estaban construidas del siguiente modo[4]:

  • Muros de tapial y mampostería, revestidos de yeso que se revocaba con cal.
  • Estructura de madera (de carpintería ordinaria).
  • Suelos de loseta, excepto en el número 7, donde era de cemento
  • Cubiertas de teja
  • Solo se registraba una escalera de madera en el número 2.

Años más tarde, por fuentes orales, se sabe que el profesor Jiménez de Gregorio, cuando tuvo conocimiento de esta calle, apuntaba la posibilidad de que su denominación fuese fruto de la contracción de dos nombres.

Lanzada la hipótesis y hecha esta modesta aportación documental, queda abierto el campo para la aclaración de este topónimo, contribuyendo al enriquecimiento del conocimiento del pasado de Alcaudete, por medio del enlace del patrimonio intangible con el físico que supone esta vía dentro del caserío de esta jareña villa.

Cabecera de protocolo

 

[1] ALFONSO SANTORIO, Paula: “Alcaudete de la Jara en el Catastro de Ensenada. Año de 1752”, en Centenario de Alcaudete de la Jara. 100 años de villazgo (1911-2011), Excmo Ayto. de Alcaudete de la Jara, 2011, pág. 100.

[2] Archivo Histórico Provincial de Toledo, Protocolos Notariales, Protocolos de Alcaudete de la Jara, año 1819.

[3] Manuscrito de Rufino Flores Hita.

[4] Archivo Histórico Provincial de Toledo, Registros Catastrales de 1935, sig. 13984.

Historia en las escrituras

Las fuentes que nos ha ido legando la historia son abundantes. Si se rastrea en cualquier documento se pueden encontrar datos que informan sobre la configuración de la distribución y denominación del parcelario que se insertaba en el término de Alcaudete de la Jara. Topónimos que, en algunos casos se han perdido, o al menos una parte de los mismos. Este es el caso de los terrenos que pertenecieron en su momento al Hospital de Santiago de Toledo denominados Mondarga y Mondarguilla, para cuyo arrendamiento, Isidro Granda otorgó un poder especial a su paisano Luis Gutiérrez de Castro (a finales de 1820) con el objetivo de negociar ante el administrador de la citada institución benéfica de la Ciudad Imperial, Diego de la Torre, el arrendamiento de las tierras en cuestión[1].

Con el nombre de Mordazga aparece una posesión de la orden de Calatrava en el año 1484, institución de la que pasaría a la de Santiago e 1492. En las Relaciones de Felipe II, aparece este nombre nuevamente, ubicada a continuación de la dehesa del Concejo. Pertenecía al Hospital de Santiago de los Caballeros de Toledo. En el siglo XVIII el Catastro de Ensenada señala la existencia de las “dehesillas de Mordazga y Mordazguilla”, cercanas al caserío[2].

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Años más tarde, esta tierra, situada al sitio denominado Dehesilla, tenía 70 fanegas de extensión, y estaba delimitada por las tierras de Pedro Nolasco Mansi, por el sur y el este; con el camino que va al Membrillo por el oeste; y por el norte con la dehesa de Simón Villarroel. Los terrenos fueron privatizados por medio de subasta pública (en la fase de desamortización de tierras reactivada por Pascual Madoz en 1855), siendo adquiridos por el señor Mansi el 24 de diciembre de 1859, en representación del cual asistió a la recogida de escrituras Eustaquio Arnaiz (su agente de negocios)[3]

Quizá, aquellas Mordazga y Mordazguilla (o Mondarga y Mondarguilla) han legado el topónimo de Dehesillas, término que aparece, cuanto menos, en el ecuador de la Centuria de la Ilustración (S. XVIII). Un patrimonio inmaterial que, como todo el que engloban los terrenos de la jareña villa, guarda un pedazo de historia en su horizonte más profundo.

[1] Archivo Histórico Provincial de Toledo (AHPT), Protocolos notariales, año 1820.

[2] PICAVEA-MATILLA, E.: Orígenes y desarrollo de la señorialización en la villa de Talavera de la Reina y su tierra (siglos XIII.XV), Excmo. Ayto. de Talavera de la Reina Talavera de la Reina, 2007, págs. 227 y 232; VIÑAS, C. y PAZ, R.: Las relaciones Topográficas de Felipe II; ALFONSO SANTORIO, Paula: “Alcaudete en el Catastro del marqués de la Ensenada. Año de 1752”, en: Centenario. Alcaudete. 100 años de villazgo (1911-2011), Excmo. Ayto. de Alcaudete de la Jara, Talavera de la Reina, 2011 pág. 95.

[3] AHPT, Fondo Hacienda, 2030, Exp. 3

Algo más que un techo

La Catedral de La Jara tiene, simplificando mucho, dos estilos arquitectónicos, que, a su vez son testimonio de las técnicas de construcción que imperaban entre los coetáneos que se encargaron de su diseño y edificación. El más veterano es el gótico, sistema que llevaba siglos establecido en los territorios peninsulares de la Monarquía Católica y que llegaba a su canto de cisne en la centuria en que se construía el templo alcaudetano (siglo XVI).

No es posible definir globalmente la arquitectura gótica en base a los elementos que la configuran. No obstante, es evidente que algunos de ellos resultan arquetípicos en el contexto de modelos como puede ser las construcciones templarias.

Viollet-le-Duc planteó en el siglo XIX la teoría de los tres elementos que podían definirse como básicos en la arquitectura gótica: el arco apuntado, la bóveda de crucería y el arbotante. Este último es reemplazado en la iglesia de Alcaudete por contrafuertes macizos (quizá la herencia románica,  o simplemente la búsqueda de una sencillez que abaratara costes, pueden estar entre los motivos del empleo de estos elementos utilizados para contrarrestar fuerzas ejercidas por las bóvedas).

El arco ojival o apuntado ya había sido empleado en la arquitectura europea occidental románica de Borgoña, en Provenza, en Aquitania y en Poitou, por lo que fue incorporado a la arquitectura cisterciense. Frente al arco de medio punto, el apuntado reducía los empujes laterales, permitiendo una considerable verticalidad al nuevo estilo.

Aunque será la bóveda de crucería el componente que ha dado lugar a un mayor número de interpretaciones desde el punto de vista funcional y plástico. Se podría definir como una especie de bóveda de arista (que a su vez la configuran dos bóvedas de cañón) que se refuerza por los nervios diagonales cruzados en la clave. Se halla enmarcada longitudinalmente por arcos formeros y transversalmente por arcos perpiaños. Las ventajas de la bóveda de arista llevaron a los arquitectos medievales a experimentaciones que dieron lugar a la bóveda de crucería o de nervios, fundamento del sistema constructivo gótico. Consiste en la construcción de cuatro arcos haciendo un cuadrado y otros dos que se cruzan en diagonal. Las tradicionales bóvedas de arista transforman sus encuentros en nervios estructurales sobre los que se apoyan los paños de este tipo de techumbre, simple cerramiento ahora sin función estructural, lo que permite que los pesados arcos fajones anteriores se transformen en ligeros nervios principales.

Este diseño del edificio gótico, estructura esquemática de líneas verticales de esfuerzos en pilares y de líneas horizontales de transmisión exteriores a la construcción principal, arbotantes o contrafuertes, liberan a los muros tradicionales de su función de carga, convirtiéndose en simples cerramientos del espacio, lo que propició en muchos casos su sustitución por paños acristalados. Este genial equilibrio estructural se consiguió por el método de la prueba y el error, sin reglas teóricas muy elaboradas sobre su composición de fuerzas, e incluso sin un control claro del concepto de fuerza y de su línea de definición.

A partir de este esquema inicial se desarrollan la bóveda sexpartita, si se añade un tercer nervio transversal; de terceletes, cuando varios nervios parten de un mismo punto; o estrellada cuando los nervios secundarios se multiplican, dando lugar a claves secundarias.

En este punto es donde enlaza el templo jareño con una de las grandes corrientes arquitectónicas del Medievo peninsular. Según se avanza hacia el presbiterio, el arco triunfal (esto es, el que da paso de desde la nave al presbiterio) el visitante se encuentra con una bóveda de estrella que guarda mucha similitud con las que diseñaron arquitectos como Rodrigo Gil de Hontañón.

Comparativa

Hecha esta introducción se aporta una imagen con la descripción de cada uno de los elementos que componen la bóveda estrellada de la estructura templaria alcaudetana.

 

Diapositiva1

Descripción de la bóveda que cubre el presbiterio del templo parroquial de Alcaudete de la Jara. Fotografía cedida por cortesía de Jaime Farelo

Como se puede comprobar, cada parte de la tectónica constructiva de un edificio tan cargado de siglos y arte es digna de valorar por la tradición que encierra en sí misma, fruto de cientos de años de trabajo manual e intelectual que los convierte en un tesoro patrimonial directamente proporcional a su longevidad, maestría, así como a las dimensiones resultantes.

 

 

Bibliografía

  • ALEGRE CARVAJAL, Esther, Técnicas y medios artísticos, UNED, Madrid, 2011.
  • BORRÁS GUALIS, G.M. “La arquitectura gótica”, en Ramírez (dir.) Historia del Arte. La Edad Media, Alianza, Madrid, 2002.
  • FATÁS, Guillermo y BORRÁS, M. Diccionario de términos de arte y elementos de arqueología, heráldica y numismática, Alianza, Madrid, 1998.

 

 

 

 

 

 

Y se hizo la luz, en La Jara

A inicios del siglo XX la energía eléctrica buscaba asiento en tierras toledanas, con un retraso impropio de la velocidad que la caracteriza, probablemente por la falta de un conductor más importante que el cobre: el capital necesario para las infraestructuras.

Esta entrada energética tuvo dos focos fundamentales para la comarca. El primero de ellos tendría lugar en La Jara Alta, concretamente en el término de Sevilleja de la Jara, donde la empresa Hidroeléctrica de Ríofrío (creada hacia 1923) erigió una central eléctrica hidráulica (con un grupo de reserva de gas) no muy lejos de la zona de los Molinos de Ríofrio. De aquí partían dos líneas a 6.000 voltios, que surtían de corriente eléctrica a las localidades de Sevilleja, Gargantilla, Nava de Ricomalillo, Campillo de la Jara, Mohedas, Aldeanueva de San Bartolomé, Buenasbodas y Espinoso. Muy vinculada con la anterior, la Hidroeléctrica del Gévalo, creada hacia 1934, compaginó la titularidad con la anterior empresa citada hasta que en 1940 se encargaría en solitario de abastecer las poblaciones a las que surtía la Hidroeléctrica de Riofrío, labor en la que la antigua central fue sustituida por otra que se ubicó en el Jébalo, en el paraje conocido como El Martinete[1].

Descendiendo en altura, pero ascendiendo en latitud (en dirección norte), cerca del lugar donde los caudales impregnados con aroma jareño acarreados por ríos como el Jébalo y el Huso se suman a la muchedumbre hídrica que el Tajo arrastra hacia el poniente, se instaló una central hidráulica (que tenía un grupo auxiliar diésel) productora de energía eléctrica en el paraje conocido como Ciscarros, ocupando el espacio en el que se encontraban unos molinos de igual denominación. Pertenecía a la Sociedad Anónima Ciscarros (“Pepita”) que se creó en 1902, con razón social en Calera, inicialmente, para posteriormente cambiar esta sede a Oropesa. De este punto partían tres líneas de 6.000 voltios, una de las cuales cruzaba el Tajo para dirigirse hacia tierras de los antiguos Montes de Talavera, abasteciendo a Aldeanueva de Barbarroya, Belvís de la Jara, La Estrella y Alcaudete de la Jara[2].

De forma muy sintética estos fueron los inicios de la implantación en tierras jareñas de una forma de energía que hoy por hoy es vital para la mayor parte de las actividades humanas que se realizan en la zona. La descripción del proceso mediante el cual la red eléctrica se extendió a la mayoría de los hogares de esta comarca es un trabajo más complejo tanto en el aspecto cuantitativo (en cifras), como cualitativo (cómo tuvo lugar en cada localidad), que esta pequeña entrada pretende estimular.

Habitación

Frontal

La importancia de la electricidad ha ido en aumento, desde su empleo para actividades industriales y utilitarias del ambiente doméstico, hasta su empleo en tareas más específicas como puede se la musealización de restos arqueológicos. En la imagen inferior se reproduce una sugerencia para la presentación de un jarrón encontrado en la necrópolis de El Carpio (término de Belvís de la Jara), perteneciente a los inicios de la Edad del Hierro (siglos VIII-VI a. C. aproximadamente).

[1] QUIROGA GRANADO, Joaquín, Toledo, un siglo de luz, ARTS&PRESS, 2008, págs. 41 y 62.

[2] QUIROGA GRANADO, Joaquín, ob. cit., págs. 45-46.