Una torre fue mi cuna

El Torreón

Se trata de probablemente del vestigio más longevo del casco urbano de la villa. Un posible origen puede estar en el siglo X, cuando el califa Abd-al Rahman III impulsa un sistema defensivo consistente en la instalación de una serie de edificaciones como la Torre de Castellanos (Casa de la Torre), la de Ben Cachón (Mecachón) y la que se encuentra en el centro de Alcaudete. El profesor Jiménez de Gregorio menciona a un general y arquitecto del califa llamado Durri, que en el 936 visita (por mandato de este) las torres y fortalezas situadas entre Atienza y Talavera (Medina Talabira, en la Marca Media), con el objetivo de repararlas y consolidar su función bélica. Por su parte, César Pacheco, haciendo referencia a las torres que hay en el alfoz talabricense indica que la mayor parte pudieron ser edificadas durante las taifas, siendo posteriormente remodeladas por cristianos procedentes de diferentes puntos de Castilla. No obstante todas estas indicaciones no son sino meras hipótesis que requieren de una confirmación mediante estudios arqueológicos o históricos más profundos que nos dessvelen sobre el posible origen emiral, califal, taifal, o, quien sabe, incluso anterior a esta etapa del Medioevo a la que tradicionalmente se ha atribuido.

Es un vestigio clave para entender tanto la fluctuación fronteriza medieval que caracterizó a la zona hasta poco después de la batalla de las Navas de Tolosa (1212), como la posterior repoblación, al servir como elemento aglutinador en torno al cual surgirá probablemente uno de los núcleos que conformarán el actual hábitat concentrado que se corresponde con el municipio de Alcaudete de la Jara.

Al ser la primera localidad jareña respecto al gran señor territorial que fue Talavera de la Reina, no sería descabellado pensar que estamos ante la puerta de la comarca de La Jara (antiguos Montes de Talavera) y, por tanto, de la repoblación en esta zona situada al suroeste de la provincia de Toledo.

Contexto histórico

Durante los siglos XII-XIII habrá una serie de oscilaciones en los límites entre los reinos cristianos y los agarenos respondiendo a la coyuntura de la guerra entre musulmanes y cristianos. El empuje de estos últimos, liderados por Alfonso VI, llevará a la cesión del territorio jareño por parte de Al-Qadir al monarca castellanoleonés. En 1083 el rey que jurara en Santa Gadea conquista Talavera, llevándose a cabo la consecuente repoblación del territorio. No obstante, la invasión almorávide, deshace este primer intento repoblador. Buena parte de La Jara (exceptuando la zona septentrional) volverá a caer en manos musulmanas tras la derrota que infringieron las tropas de Abu Yaqub a las de Alfonso VIII en la batalla de Alarcos (1195).

En 1212, tras la victoria de los ejércitos de Alfonso VIII en las Navas de Tolosa la situación se irá estabilizando. Hay que entender que las diferentes formas de repoblar el territorio dieron como resultado un conjunto de modelos diversos, tanto en lo referente a la repoblación, como en el control de las zonas ocupadas. De esta manera el espacio controlado por Talavera tendrá una serie de puntos defensivos, equipados con torres, que servían de avanzadilla táctica, muy importante, sobre todo en el inestable siglo XII.

Estas estructuras formaban una red jerarquizada con funciones diferentes. Mientras las atalayas tenían carácter exclusivamente militar, las torres añadían a su función defensiva la económica, concretamente la explotación agropecuaria de las tierras en las que se insertaban, entre las que se encontraban los cortijos, modelo adoptado por la influencia de los mozárabes (cristianos que se habían quedado en las zonas ocupadas por los musulmanes) que se desplazaron desde la zona andaluza hasta tierras jareñas.

La mayor parte de estas torres se encuentran en zonas elevadas en las Tierras de Talavera (como son los casos de Segurilla, Mejorada, Cardiel o Cerro de San Vicente). Pero el caso alcaudetano responde a otra tipología, la de aquellas situadas en las tierras fértiles surgidas en las riberas fluviales. Tanto esta torre, como la situada en la finca Casa de la Torre (también conocida como Torre de Castellanos), se ubican en la plana topografía que ha esculpido el Jébalo durante miles de años, posible indicio de su adscripción a la tradición musulmana peninsular de la almunia-torre taifal, que englobaría tanto la faceta agropecuaria (almunia) como la defensiva e incluso simbólica (torre). Dentro del objetivo estratégico ya mencionado se podría incluir el control de las vías de comunicación como factor que se sumó a la hora de decidir la construcción de estas estructuras. Estas funciones tendrían continuidad durante la repoblación cristiana, con las adaptaciones que exigían el nuevo contexto.

Aunque se ha señalado su probable origen andalusí, hay datos que indican que fue mandada construir por un noble talaverano de la familia Calderón, quien en 1372 dona la dehesa de Castellanos (donde ya existía una torre) al monasterio de Santa Catalina. Información esta que puede crear cierta confusión a la hora de interpretar su origen, pero que debe servir de estímulo a la indagación sobre el mismo, con el fin de aclararlo.

En las Relaciones Topográficas de Felipe II se indica que en Alcaudete “no hay fortaleza ninguna sino es una torre antigua de piedra y cal...”, aludiendo que en ella se originó el núcleo urbano:

“…un cazador…se había allegado a una torrecilla como atalaya, que agora está en el dicho lugar hecha torre en una heredad o guerta de Hernán Duque de Estrada…y había hecho allí junto a ella una choza donde vivía, y que desde allí se había fundado el lugar…”.

Sobre el linaje de los Estrada, además de esta torre, que permanecerá en su poder hasta el siglo XVIII, cuando es donada al párroco de la localidad (Ventura Angulo) quedando como patrimonio perteneciente a la parroquia alcaudetana, gracias a Paula Alfonso sabemos que fueron propietarios también de la finca conocida como El Cortijo, dentro del término municipal de Alcaudete.

Descripción de la torre

Mide unos 18 metros de altura. Tiene planta cuadrada, de mampostería y mal labrados sillares en las esquinas. También se aprecian restos de un matacán (obra realizada en voladizo utilizada para vigilar y hostigar al enemigo) con su ladronera y algunas saeteras. En su parte norte, tiene un canecillo simple, otro de tres cuerpos al oeste, junto a otros dos triples perpendiculares al primero, en los que se apoya un arco ciego.

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Si se hace una lectura de su paramento en altura se diferencian fundamentalmente dos partes:

  1. La de época medieval se percibe en el muro de mampostería, compuesto por piedras más o menos regulares en las esquinas e irregulares en el resto del paramento, unidas por cal.
  2. Por encima de esta fase de construcción se sitúa otra en la que predomina el ladrillo, que se situaría cronológicamente en la Edad Moderna. En esta zona parecen diferenciarse dos estilos: uno en el que se combina la piedra y el ladrillo (de forma similar a la disposición del aparejo toledano), y otra, que se apoya sobre la anterior, en la que el molde de barro cocido es el predominante. Culmina en un tejado a cuatro aguas, estructura que seguramente sustituye al primigenio remate en almenas. En su interior tiene tres plantas, con cubiertas de bóvedas de arista apuntadas, una de ellas con chimenea.

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En el siglo XVIII el adquirida por el párroco del momento Ventura Ángulo (de ahí el nombre de la calle que pasa cerca de este monumento, momento a partir del cual queda adscrita al curato de Alcaudete de la Jara.

Dando un paso más hacia adelante en el tiempo, durante el siglo XIX, la conocida como “Torre del cura” resistirá a los empujes desamortizadores, concretamente al que protagonizó Pascual Madoz en 1855, debido a que, en las disposiciones legales dictadas a tal efecto, se exceptuaban los edificios destinados a la beneficencia e instrucción, casa de los párrocos con su huerta o jardín o bienes de las capellanías eclesiásticas que se empleaban para la instrucción pública, mientras viviesen sus dueños.

Se trata de un monumento único en la zona que, por la importancia histórica que lleva intrínseca, así como el símbolo de identidad que ha supuesto para las generaciones que se han ido alternando en esta localidad durante siglos, merece el cuidado y el estudio necesarios para que se valore, mantenga y nos permita seguir preguntándole como testigo del pasado que es.

Bibliografía empleada

  • ALFONSO SANTORIO, Paula: “Con la excusa de pagar al rey”. Alcalibe: Revista Centro Asociado a la UNED Ciudad de la Cerámica, 2013, núm. 13, p. 11.
  • JIMÉNEZ DE GREGORIO, Fernando:

                – “Anales alcaudetanos”, en Anales toledanos XLIII, Diputación Provincial de Toledo, 2007, p. 316.

                 – “Castillos, torres y fortalezas de La Jara”, Boletín de la Asociación Española de Amigos de los Castillos, núm. 16, 1957, p. 175.

  • PACHECO JIMÉNEZ, César, “La fortificación en el valle del Tajo y el alfoz de Talavera entre los siglos XI y XV”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie III, Historia Medieval, t. 17, 2004, pp. 499-500.
  • VIÑAS Carmelo y PAZ Ramón (1578). Relaciones histórico-geográfico-estadísticas de los pueblos de España hechas por iniciativa de Felipe II. Reino de Toledo, Madrid, 1951, Volumen I, pp. 66-53.
  • RUEDA HERNANZ, Germán, La desamortización, en España: un balance (1766-1924), Arco Libros, Madrid, 1997, pp. 52-61.


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